IE 11 is not supported. For an optimal experience visit our site on another browser.

El Paso was an attack on Mexico and Mexican Americans. But we will not be silenced.

El Paso fue un ataque contra México y los mexicano americanos. Pero no reaccionaremos con silencio.
Image: People embrace at a memorial for the victims of a mass shooting in El Paso, Texas, on Aug. 6, 2019.
A memorial for the victims of the mass shooting in El Paso, Texas, on Tuesday.Callaghan O'Hare / Reuters

Este ensayo ha sido escrito en inglés y español porque las víctimas de El Paso — y sus familias — viven en ambas lenguas, como es norma en la frontera entre México y los Estados Unidos.

This essay has been written in Spanish and English because many of the victims in the El Paso attack — and their families — live in both languages, as is fitting on the U.S.-Mexico border; click here to jump directly to the English version.

La masacre en el Walmart de El Paso en la que murieron 22 personas y dos docenas quedaron heridas tuvo a México como blanco específico y, más concretamente, a los mexicano americanos. Habiendo viajado por horas de su cómodo suburbio para atacar una ciudad con una población que es 83 por ciento de extracción mexicana o latina, el asesino de 21 años quiso enviar un mensaje inconfundible: que se devuelvan los mexicanos a donde vinieron.

Es un ustedes contra nosotros hoy en los Estados Unidos, una batalla designada en gran parte por el presidente Donald Trump. Trump se ha referido con frecuencia a los mexicanos como violadores, criminales y “bad hombres.” Su campaña describió a los latinoamericanos que buscan asilo de los países centroamericanos como “invasores migratorios," aún cuando aquellos que buscan asilo en realidad intentan escapar del caos promovido y hasta causado por sucesivos gobiernos norteamericanos inmiscuidos en asuntos diplomáticos ajenos. La administración de Trump ha puesto a gente en centros que se asemejan a los campos de concentración nazis de la Segunda Guerra Mundial, separando a niños de sus familias.

Las víctimas de El Paso eran mexicanas, americanas y mexicano americanas. Es difícil diferenciarles, un hecho simbólico en la simbiótica relación entre El Paso y su ciudad hermana al otro lado de la frontera, Ciudad Juárez.

Las víctimas de El Paso eran mexicanas, americanas y mexicano americanas. (También hubo un ciudadano alemán que murió). Es difícil diferenciarlos, un hecho simbólico en la simbiótica relación entre El Paso y su ciudad hermana al otro lado de la frontera, Ciudad Juárez. En los noventa, Ciudad Juárez era uno de los sitios más peligrosos del mundo. Los Estados Unidos se ha convertido ahora en eso.

En reacción a la masacre, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, amenazó con demandar al vecino norteamericano. Su reacción es del todo insuficiente y por supuesto ha sido ridiculizada en México. La razón es simple: los mexicanos estamos enojados y ansiosos ante esta última agresión. Pero no estamos sorprendidos.

La amenaza de López Obrador carece de todo valor; lo que se necesita es una reacción más vigorosa. Claro que López Obrador tiene miedo de un Trump ya fuera de control. Jugársela de forma segura al hablar de una demanda legal no va más allá de hacer un fácil gesto de incomodidad. Es cierto que es difícil imaginar una acción más contundente de un líder mexicano conocido por sus debilidades. Pero puesto que las relaciones diplomáticas entre México y los Estados Unidos están en su punto más bajo, hay poco que perder salvo la integridad nacional. Aunque los dos países oficialmente no están en guerra, el lazo entre ellos, a nivel político, es tenue.

El teórico y hombre de guerra austríaco Carl von Clausewitz dijo una vez que la guerra es la continuación de la política por otros medios. No estamos lejos de esta realidad.

Tampoco estamos lejos de la segunda Guerra Civil Norteamericana. Para aquellos que tengan apenas un conocimiento remoto de la historia de Texas, es más fácil imaginar al estado sin anglos — al menos más recientemente — que sin mestizos y la población indígena de la región. Son la gente blanca las que invadieron el lugar. Son la gente blanca las que mataron y colonizaron y subyugaron.

Sin embargo, este no es el momento para lamentar los excesos sangrientos de la historia. A pesar de su apariencia machista, Texas en la actualidad es un sitio multiétnico, con mexicanos, americanos y miles de otras personas. Juntos han creado una maravillosa sopa de posibilidades. Separando esa sopa equivale a tratar de separar los distintos ingredientes en un plato de salsa.

Los mexicanos son en efecto el segmento de más rápido crecimiento en la población tejana. En el año 2017 había 11,2 millones hispanos en el estado, la mayoría de ellos de ascendencia mexicana. La población blanca era un poco más grande con 11,9 millones. No obstante, el crecimiento demográfico entre los mexicanos era notablemente más alto. La oficina del censo ha anunciado que para el 2022 habría más hispanos que blancos. Como ocurre con regularidad, en un santiamén ese tipo de pronunciamientos terminan siendo anacrónicos.

Sin embargo, este no es el momento para lamentar los excesos sangrientos de la historia. A pesar de su apariencia machista, Texas en la actualidad es un sitio multiétnico, con mexicanos, americanos y miles de otras personas.

Poco antes del ataque, el asesino de El Paso subió a una página web un manifiesto de 2,300 palabras en el cual describía la polución hispánica que se ha llevado a cabo en Texas. Su uso de la palabra “hispánica” es una metonimia que ocurre con regularidad en el suroeste norteamericano como substituto de mexicano: los salvadoreños, los nicaragüenses y los guatemaltecos son descritos como mexicanos. Este revés lingüístico no es anacrónico en otras partes del país. En marzo, el programa de TV “Fox & Friends” mostró un subtítulo en uno de sus programas que decía “Trump corta ayuda a tres países mexicanos.”

La composición étnica de El Paso es todavía más extrema. Yo estuve allí hace poco — de hecho, en el Walmart: la ciudad se siente como una extremidad de México en los Estados Unidos. Mientras un racista con un arma encuentra esta realidad desagradable, millones de personas creen que es algo positivo. Nuestro mundo está constituido de sumas, no de restas. Las razas no viven en asilamiento, en estado de pureza. ¿Cuándo entenderán esto Trump y sus violentos seguidores?

Su seudo llamado a la harmonía en la Casa Blanca no engaña a nadie salvo a él mismo. No engañará a los mexicano-americanos, que sabrán por quién votar en las próximas elecciones: seguramente no por un extremista que abusa del nacionalismo, como sus cómplices republicanos, para modelar una visión anticuada del mundo.

Y no debería engañar a López Obrador. Un líder disidente que llegó al poder en respuesta a las insuficiencias de los partidos políticos institucionales en México, está en línea para convertirse en uno de los presidentes más ineficaces e insensatos en la historia del país. La política de Donald Trump necesita de alguien en el timón del gobierno mexicano que no se deje intimidar, alguien capaz de responder a la tragedia con una actitud de coraje.


English translation

The massacre at the Walmart in El Paso that killed 22 people and injured more than two dozen specifically targeted Mexico and, more concretely, Mexican Americans. Traveling hours from his comfortable suburb to a city where 83 percent of the population is Mexican or of other Latino descent, the 21-year-old man accused in the shooting wanted to send an unqualified message: Take your people back.

It’s a you vs. us game in America now, one designed in large part by President Donald Trump. The president has generically referred to Mexicans as rapists, criminals and “bad hombres.” His campaign described Latinos seeking asylum from Central American countries as “immigrant invasions,” even as those asylum-seekers are in fact trying to escape chaos encouraged and even prompted by U.S. government meddling for decades. The Trump administration has put people in concentration camp-like internment facilities, separating children from their families.

The victims of El Paso were Mexicans, Americans and Mexican Americans. It is hard to distinguish them, a sign of the symbiotic relationship between El Paso and its sister city across the border, Ciudad Juárez.

The victims of El Paso were Mexicans, Americans and Mexican Americans. (There was also one German citizen.) It is hard to distinguish them, a sign of the symbiotic relationship between El Paso and its sister city across the border, Ciudad Juárez. In the 1990s, Ciudad Juárez was one of the most dangerous places on earth. The United States has become that now.

In reaction to the massacre, Mexican President Andrés Manuel López Obrador suggested legal action against the United States. The response is utterly inappropriate and has predictably been derided in Mexico. The reason is simple: Mexicans are angered and anguished by this latest affront. But they are not surprised.

López Obrador’s threats are largely empty; in fact, a much more vigorous response is needed. Of course, López Obrador is fearful of an already irate Trump. Playing it safe by taking legal action amounts to making a passing gesture of displeasure. Granted, what else might be done by an already weak Mexican leader isn’t easy to imagine. But given that U.S.-Mexico diplomatic relations are at a low, there is little to lose but one’s integrity. While the two countries might not be officially at war, the bond between them, at the political level, is close to it.

The Prussian theoretician and military man Carl von Clausewitz once said war is the continuation of politics by other means. We are not far from this reality.

We aren’t far from a second American Civil War either. For anyone even remotely familiar with Texas history, it is easier to imagine the state without Anglos — at least more recently — than without mestizos and the region’s indigenous population. It is white people who invaded it, white people who killed and colonized and subjugated.

However, this isn’t the time to decry the bloody excesses of history. In spite of its macho façade, Texas today is a multiethnic bastion, with Mexicans, Americans and thousands of others creating a fabulous stew of possibilities. Separating that stew is like trying to separate the ingredients in a plate of salsa.

Mexicans are indeed the fastest growing segment of the population in Texas. In 2017, there were 11.2 million Hispanics in the state, the majority of them of Mexican descent. The white population was slightly bigger, at 11.9 million. The growth among Mexicans was considerably faster, though. The Census Bureau announced that by 2022, Hispanics would outnumber whites. As it often happens, those announcements quickly prove shortsighted.

Shortly before the El Paso attack, police believed the shooter posted a 2,300-word screed decrying the Hispanic pollution of Texas. His use of the word “Hispanic” is a metonym used throughout the Southwest for Mexican: Salvadorans, Nicaraguans and Guatemalans are frequently described as Mexicans. It’s a common enough trope repeated across America; in March, “Fox & Friends” ran a banner that read “Trump Cuts Aid to Three Mexican Countries.”

The ethnic composition of El Paso is even more tilted. I was recently there — at the Walmart, in fact: the city feels like an extremity of Mexico in the United States. But while one racist with a gun found this appalling, others see positives. Our world is made of additions, not subtractions. Races don’t live in purity. When will Trump and his hate-mongers come to understand this fact? His pseudo-call to harmony at the White House doesn’t fool anyone but himself. It won’t fool Mexican Americans, who will know who to vote for in the next election: surely not an extremist who abuses nationalism, along with his Republican cronies, to model an antiquated view of the world.

It shouldn’t fool López Obrador, either. A maverick who came to power in response to the inefficiencies of the institutionalized political parties in Mexico, he is in line to become one of the most inefficient, hot-air presidents in the nation’s history. Donald Trump’s dangerous policies need someone at the helm in Mexico who isn’t easily intimidated, someone capable of responding to tragedy with courage.